El socialismo es sin duda una concepción humanista del mundo. Una visión humanista que late con fuerza en el corazón de la mayoría de los venezolanos, empero con mayor impulso en el alma de aquellos que creemos por convicción ideológica en sus postulados. Es una concepción que impulsa y vitaliza el apotegma de moral y luces en su doble dimensión, como nutrientes de nuestras primeras necesidades. Por una parte, en cuanto a la dimensión ética, como la magnitud que mide o define nuestra personalidad o comportamiento frente a la sociedad o al prójimo, trátase de una dimensión iluminada por la inteligencia, precedida por reglas morales determinantes de la conducta del hombre en sociedad; y por la otra parte, en cuanto a la dimensión de las luces, como recurso indispensable para cumplir la tarea de rescatar de la ideología dominante la conciencia socialista revolucionaria. En sí, es deber de todo aquél que afirme ser socialista, actuar como vanguardia en la teoría y en la acción.
Obviamente, la lucha ideológica debe y tiene que centrarse en la dimensión de las luces contra la falsa conciencia, sin disfraces ni fantasías. Es así que por convicción, en el proceso de consolidación del socialismo no puede haber nada que se parezca al sectarismo, a la multivocidad filosófica, a la aristocracia del intelecto, a la burocracia, a la vanidad, a la ambición de poder, ni menos aún a la lacra social de la corrupción.
De ser así, estaríamos perdiendo la lucha frente al capitalismo y las enseñanzas bastardas del imperialismo. Un revolucionario y por ende un hombre socialista es en definitiva un ideólogo y un práctico de los postulados fundamentales del socialismo. Pero ¿Cuál es el hombre de moral y luces que queremos? Indudablemente, se trata de un hombre de perfil socialista. Este es el hombre modesto y prudente, probo y diligente, trabajador y servidor de todo corazón de Venezuela, opuesto a la petulancia, al engreimiento, a la holgazanería, a la intolerancia, a la adulancia y a la autosuficiencia.
Es aquél que parte en cada caso de los intereses del pueblo y no de los intereses de sí mismo o de un pequeño grupo de individuos; es el hombre que mira la acción como una verdadera escuela de aprendizaje, donde los resultados se adelantan a la teoría, en el que la actitud hacia sí mismo es la de “aprender sin sentirse satisfecho” y “enseñar sin cansarse de enseñar”. Es el hombre hecho acción para hacer el bien, dar y aprender.
POR:Rodulfo Celis Vargas
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